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Directora médica de Clínica Regeneric
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Cada mes de noviembre asistimos a un fenómeno global que ha transformado por completo la manera en que consumimos: el Black Friday. Durante unos días, todo parece estar en oferta. Se nos anima a comprar más, a aprovechar descuentos y a tomar decisiones rápidas bajo la promesa de un supuesto ahorro. Este modelo comercial, perfectamente legítimo en sectores como la tecnología, el ocio o la moda, se ha extendido de forma progresiva —y peligrosamente— a ámbitos donde no debería tener cabida: la salud y la medicina.
En los últimos años hemos visto cómo proliferan clínicas y centros que ofrecen promociones, descuentos o ‘packs’ médicos bajo el reclamo del Black Friday. Análisis clínicos a mitad de precio, tratamientos estéticos con un 40% de descuento, revisiones médicas ‘por tiempo limitado’ o valoraciones gratuitas si se contrata un procedimiento en el acto. Sin embargo, la salud no puede ni debe someterse a las lógicas del mercado ni a la temporalidad de las ofertas. Reducir el valor de un acto médico a una cuestión económica es banalizar algo tan esencial como el bienestar y la vida de las personas.
Detrás de cada acto sanitario hay mucho más que un servicio: hay tiempo, formación, investigación, responsabilidad y, sobre todo, una relación de confianza entre el paciente y el profesional. En medicina, cada diagnóstico, cada intervención y cada tratamiento requieren una valoración individualizada, una evaluación rigurosa y un seguimiento responsable.
No existen las soluciones rápidas ni las promociones milagrosas, porque cada cuerpo, cada historia clínica y cada necesidad de salud son únicas. Por eso, convertir las consultas o los procedimientos médicos en un producto sujeto a rebajas no solo es inapropiado, sino potencialmente peligroso.
Además, estas dinámicas comerciales generan un mensaje distorsionado: el de que la salud es algo que puede aplazarse, comprarse por impulso o decidirse en función del precio más bajo. Y eso no es así. La prevención, la detección precoz y el tratamiento adecuado no pueden esperar al calendario de descuentos. La medicina debe ejercer siempre desde la evidencia científica, la ética profesional y el compromiso con la seguridad del paciente.
El llamado Anti Black Friday en salud no es una campaña ni una estrategia de comunicación. Es una declaración de principios. Significa recordar que el respeto por la medicina implica preservar su independencia frente a la lógica del consumo.
En un contexto donde el marketing a menudo predomina sobre la evidencia, los médicos tenemos la responsabilidad de defender la seriedad, la transparencia y la ética por encima de cualquier reclamo comercial. La confianza del paciente se construye con rigor, no con ofertas.
Nuestro objetivo no debería ser competir en precios, sino garantizar la mejor atención posible. Y eso implica invertir tiempo en escuchar, acompañar y explicar; implica priorizar la calidad sobre la cantidad; implica situar a la persona en el centro, no a la promoción.
Creo en una medicina responsable, cuidadosa y honesta, centrada en las personas y no en las campañas estacionales. Como médico y profesional, reafirmo un mensaje claro: con la salud no hay ofertas que valgan. Porque la medicina no es una transacción, sino un acto de cuidado.
Y ese compromiso —el de cuidar con conocimiento, ética y humanidad— no tiene precio ni fecha de caducidad.