Categoría
Cultura
Antetítulo
Arte
Título
Lorca, los dibujos
Subtítulo
Cuando dibuja, el poeta intuye más que razona. Su encantadora torpeza es su tabla de salvación
Autores
Josep Maria Rosselló
Artista

Imagen Principal
Dibujo de Lorca.
Dibujo de Lorca.
Artículo

Una línea, un trazo casi siempre continuo, un color, dos, quizá una sombra insinuada o una mancha del tiempo. Afiladas rúbricas enramadas. Una flor, otra, una rama, una raíz, otra, una manola, marineros y grumetes, ecce-homos, tabernas, ángeles, santos, santas y martirios. Dibujos que contienen emoción, que en palabras de Lorca es lo único que tienen. Sus dibujos son un acto voluntario de transmisión de algo que forma parte de lo esencial, algo que se encuentra en un estadio anterior al pensamiento y a la palabra. Como una presencia remota en la penumbra interior de la cueva primigenia, allí donde alguien por primera vez en la historia del mundo trazó unos signos sobre la roca con un trozo de carbón y estampó sus manos sobre la piedra viva.

Cuando Lorca dibuja, lo hace a partir de un impulso, sus dibujos guardan el secreto visible en este grafismo primero, este temblor que después irá tomando forma a partir del trabajo razonado. No es surrealismo. En una carta al crítico de arte Sebastià Gasch el poeta niega toda afinidad entre su obra y este movimiento. El caso es que transmite este raro magnetismo que la razón desconoce. Lorca, al igual que en muchos de sus poemas que parecen ser fruto de un juego, cuando dibuja, sigue jugando, intuye más que razona. Y su encantadora torpeza, es su tabla de salvación.

En sus primeros dibujos, los que conocemos, los de los años veinte, se percibe la influencia del cubismo de Pablo Picasso. El maestro ya era el espejo de la vanguardia para la nueva generación, pasó de ser contemporáneo a atravesar las fronteras del tiempo. Lorca le admiraba profundamente, Picasso conserva siempre vivo este estadio anterior, el de la creación. Niega la fórmula y con ello toda idea de repetición. Lorca se deja llevar, juega a partir del primer impulso. No corrige, aprovecha, disfruta y sigue jugando. Años después de su asesinato, Picasso le regaló un clavel rojo, un clavel fresco para ilustrar la fábula: Clavel para un gitano que se desangra (Homenaje a Federico Garcia Lorca), para el libro: Gavilla de fábulas sin amor, 1965, de Camilo José Cela.

Así como el viaje del poeta a Nueva York influyó decisivamente en su obra poética y teatral, también lo hizo en sus dibujos. Ya desde finales de los años treinta se observa un cambio importante en la síntesis. Se intuye la influencia de la obra de Joan Miró. El impulso inicial continúa siendo definitivo, pero ahora es limpio y concreto. La línea exige y busca espacio y el poeta crea espacios para que fluya, respire y palpite. La admiración, veneración que Lorca y otros artistas de su generación sentían por la obra de Joan Miró, jamás fue en detrimento de la que les producía la de Pablo Picasso. De un modo u otro siempre fueron complementarias. Un poeta metafísico arraigado a la tierra como un árbol milenario con las ramas abiertas a la bóveda celeste tenía que conectar irremediablemente con la obra de Miró.

Ambos pulsaban los misterios ocultos de la tierra y del universo. De la naturaleza humana. Ambos buscaban espacios para el insecto y para el astro, para aquello que es pequeño y para lo grande. La poesía y la pintura tan cercanas en Miró, que son una sola cosa. Vida y muerte, omnipresentes en la obra lorquiana, subyacen ligadas al misterio original en la de Miró. Los dos parecen jugar, sí, pero juegan a un juego de alto riesgo. Lorca en su Sketch de la nueva pintura se asoma al misterio mironiano y lo compara al instante en el que se clava la puntilla en la testa del toro bravo.

«…en el tierno e intangible temblor de la materia gris».

Esta línea frágil, a veces caligráfica, que en ocasiones parece trazada con el filo de una navaja…

El 26 de febrero de 1976, Joan Miró envió una carta dibujada al poeta y filólogo Mario Hernández para un monográfico histórico dedicado a Lorca, que se publicó en la revista Trece de nieve, que la reprodujo en facsímil. En el dibujo, Miró escribió:

«Los dibujos de Lorca me parecen obra de un poeta, que es el mejor elogio que puedo hacer a toda expresión plástica».

Lorca, en una carta a Sebastià Gasch, de las muchas que cruzaron, le confiesa:

«Si no fuese por vosotros los catalanes, yo no habría seguido dibujando».

Picasso y Miró, dos artistas invadidos por la fuerza telúrica del Camp de Tarragona. Uno en Horta de Sant Joan y el otro en Mont-Roig del Camp. Dalí, el vibrante genio ampurdanés, amigo y amante, y este extraordinario poeta, dibujante, músico, dramaturgo y, en palabras de Salvador Dalí, malabarista. Que conecta con la fuerza oculta de los tres artistas:

«Vamos al instinto, vamos al acaso, a la inspiración pura, a la fragancia de lo directo».