Categoría
Título
Autores
Directora
Artículo
Maletas. Gran tema. Han sido las grandes compañeras de vida. He dicho en más de una ocasión que mi casa es una maleta, y mi universo un aeropuerto o una estación de tren. La maletas son compañeras discretas. Ni se inmutan cuando las llenas de cosas prescindibles y se dejan cerrar sentándote encima. Ni te riñen cuando olvidas lo esencial. Hacer una maleta es un acto de fe. Metes cosas convencida de que las vas a necesitar. Y al final terminas viviendo con tres prendas y un libro que no lees. La maleta, como las personas, siempre acaba conteniendo más de lo que debería. La mía últimamente es un espectáculo: calcetines largos y cortos, floreados y lisos. Todos mis calcetines viven en mi maleta. Leí el otro día que una escritora muy posh de la parte alta de Barcelona decía que «odiaba los calcetines». Será porque no ha pasado frío en su vida. Jerséis enormes que me abrigan hasta el alma e igual sirven de manta que de vestido. Omeoprazol que no se vende sin receta enFrancia. Y bolígrafos por si acaso. Esa absurda manía de cargar con todo «por si acaso». Este año he hecho muchas maletas. Algunas con ilusión, otras por pura necesidad. Y empiezo a pensar que lo verdaderamente importante no es saber hacer maletas, sino aprender a vaciarlas. Al fin y al cabo, lo más importante casi nunca se mete en la maleta.