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El artículo
Título
Antes muerta que sin mi yoga mental
Autores
Àurea Rodríguez

Artículo

El otro día me hicieron una entrevista y me preguntaron qué hacía cuando me levanto, y le dije «leo 15 minutos, es mi yoga mental». Para mí es imprescindible leer para estar al día, pero también para poder imaginar, escribir, recordar o sacar mis propias conclusiones. La primera vez que dejamos de entrenar la memoria casi sin darnos cuenta fue cuando apareció el GPS. Antes interpretábamos un mapa, buscábamos referencias, memorizábamos giros. Ahora seguimos una flecha y confiamos en la tecnología. Fue el inicio de una larga descarga mental: pequeñas funciones cognitivas que dejamos de usar porque una herramienta lo hacía por nosotros, y casi siempre más rápido.

Desde entonces, hemos delegado mucho. Ya no recordamos números de teléfono, no calculamos mentalmente lo que cuesta la compra, y rara vez planificamos una ruta sin pedirle ayuda a alguna aplicación. De la misma forma que dejamos de usar una carretilla en el campo y acabamos pagando una cuota del gimnasio para no perder masa muscular, ahora nos tocará inventar algo parecido para nuestro cerebro. Una especie de gimnasios de yoga mental.

La irrupción de la inteligencia artificial va a acelerar este proceso. La IA escribe, resume, traduce, propone ideas, ordena tareas… y cada vez lo hace mejor. Pero, aunque estas herramientas alivian la sobrecarga diaria, también nos desentrenan. Igual que quien usa una calculadora para sumar 3 + 2 por pura inercia, corremos el riesgo de dejar de ejercitar capacidades que son esenciales para seguir siendo humanos: la memoria, la concentración, la interpretación, el pensamiento crítico.

Los psicólogos ya hablan de “cognitive offloading” —descarga cognitiva—, el hábito de trasladar parte de nuestra memoria o razonamiento a un dispositivo. No es algo nuevo: la escritura fue la primera gran externalización de la memoria humana. Pero la velocidad con la que lo hacemos ahora, y el tipo de procesos que estamos delegando, sí son nuevos. No es lo mismo apuntar una lista que permitir que un algoritmo decida qué contenido vemos o qué camino deberíamos tomar.

La memoria es un buen ejemplo. No es solo un almacén de datos: es el tejido que une nuestra identidad. Lo que recordamos moldea lo que pensamos, lo que decidimos y lo que somos. Y, sin embargo, nuestras rutinas ya no la exigen. ¿Para qué ejercitarla si todo está en el móvil?

Lo mismo ocurre con la lectura profunda. Según un informe del Pew Research Center y estudios de la neurocientífica Maryanne Wolf, la multitarea digital está afectando nuestra capacidad de sostener la atención. Nos hemos acostumbrado a los resúmenes automáticos y a las ideas precocinadas. La IA puede devolvernos una respuesta perfecta, pero no necesariamente nos vuelve pensadores más sólidos.

Por eso necesitamos un nuevo tipo de ejercicio mental. De la misma manera que entrenamos el cuerpo porque la vida moderna ha eliminado el esfuerzo físico cotidiano, tendremos que entrenar la mente porque la tecnología tiende a eliminar el esfuerzo cognitivo. No hace falta volver a los mapas de papel, pero sí debemos saber interpretarlos. No hace falta rechazar los algoritmos, pero sí entender cómo funcionan y qué sesgos pueden incorporar.

La educación tiene aquí un papel crucial. Si antes el foco estaba en memorizar contenidos, ahora debe estar en comprender, razonar, cuestionar y contextualizar. La escuela del futuro debería ser como un gimnasio cognitivo: menos transmisión de datos y más entrenamiento de habilidades que no se pueden delegar sin riesgo. Saber pedirle cosas a una IA ya no será suficiente; lo importante será saber qué hacer con la respuesta.

El yoga mental no requiere esterilla ni incienso. Es algo cotidiano: leer un texto largo, sin interrupciones, recordar un camino nuevo, hacer un cálculo mental sencillo, discutir una idea sin consultar nada, mirar a alguien y escuchar sin el impulso de revisar el móvil. Incluso aburrirse: un estado fértil para la creatividad y prácticamente extinguido en la era de la hiperestimulación.

La IA puede ser una aliada extraordinaria, pero no debería convertirse en la muleta que nos impida caminar solos. La libertad cognitiva se entrena. Igual que estiramos músculos para evitar que se atrofien, tendremos que aprender a estirar la mente para que no se vuelva un mero receptor pasivo de decisiones algorítmicas. En plena revolución tecnológica, “yo antes muerta que sin mi yoga mental”.

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