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Me imagino que Georgina Rodríguez, futura mujer de Cristiano Ronaldo, ha estado mucho más cómoda en el Despacho Oval de la Casa Blanca esta semana que lo que estuvo la reina Letizia en El Pardo este sábado. Porque después de habernos leído las memorias del rey Juan Carlos, saber que Letizia iba a sentarse a su mesa en una comida “familiar” para celebrar el 50 aniversario de la democracia española roza lo surrealista. O lo bizarro. O directamente lo incómodo en grado máximo.
Pero vayamos al grano, que de royals ya vamos empachados. Al menos de los nuestros, que esto es un no parar. Esta ha sido una semana de glitter, terciopelo y algún que otro despropósito y aquí no se nos pasa nada. Bueno, casi nunca. Porque jamás me había fijado tanto en la decoración del Despacho Oval como esta vez. No cabe nada más en esa sala, ¡madre del verbo! ¿Han visto las fotografías que se han distribuido de la reunión de Donald Trump con Cristiano? Cortinajes, marcos imposibles, dorado por doquier, alfombras que gritan poder por los cuatro costados. ¡Si parece que han contratado a Diego El Cigala de interiorista! Y allí estaban ellos, relajados, él incluso tronchándose de la risa. Que sí, que sí, que Donald Trump puede tener su punto simpático, pero otra cosa es que tengas suficiente estómago para borrar de tu mente sus canalladas y puedas llegar a reírte con él. A mí no me hace ni pizca de gracia.
La presencia de Cristiano en Washington no era casual. Estaba allí porque MBS —acrónimo que usan los entendidos para referirse al príncipe Mohammed Bin Salman—, el hombre más poderoso de Arabia Saudí aka ‘unodeloshombresmáspodersosodelmundo’, visitaba la capital estadounidense. EE. UU. y Arabia Saudita sellaban una nueva alianza. Y entre firma y firma, fútbol y millones, Cristiano y Georgina posaban con todo pichichi que se les cruzaba. Hasta Elon Musk aparece en una de las fotografías. Y eso que se había peleado con el presidente Donald Trump y ni siquiera se hablan (ejem, ejem).
Y de este escenario de poder pasamos al silencio casi monacal de la boda secreta de Luis Medina con Clara Caruana. El aristócrata se ha casado discretamente cuando por tradición le habría correspondido un enlace de campanillas. Pero hay un Luis antes de la pandemia y uno después de la pandemia: se vio involucrado en el caso de las mascarillas con la Comunidad de Madrid y todo cambió. Ha sido absuelto, algo que ya no recuerda nadie. De niño protegido de la alta sociedad a protagonista involuntario de titulares poco amables. Yo no quiero olvidar su historia personal. Hijo de Nati Abascal y Rafael Medina, duque de Feria, su vida quedó marcada por un padre en caída libre, señalado por delitos gravísimos y finalmente suicida. Quien encontró su cuerpo fue el propio Luis siendo apenas un adolescente. No se le puede exculpar de todo, pero tampoco convertirlo en diana fácil. Así que celebremos una buena noticia para este caballero.
Yo lo que celebro de verdad es cada vez que veo a Kate Middleton. Esta semana ha reaparecido en la gala Royal Variety Performance en el Royal Albert Hall con esa elegancia natural que da el disfrutar de lo que uno hace. Es magnética. Algo comparable a la reina Máxima de Holanda, la única capaz de transmitir poder y alegría sin esfuerzo aparente. El resto de royals, incluida la reina Letizia, caminan con gesto más tenso, como si cada paso pesara el doble. Kate se mueve con ligereza, incluso envuelta en un vestido largo de terciopelo verde, tendencia absoluta esta temporada. Nada que ver tampoco con el oropel y las pieles que tanto entusiasman a mi querida Gio, la de Cristiano.