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El ingeniero industrial reusense Guillem Martínez se ha sumergido durante 50 años en los archivos kilométricos de la antigua Campsa –la actual Repsol–, donde trabajaba, para descubrir la participación decisiva del petróleo norteamericano en la victoria del bando nacional durante la Guerra Civil española. La investigación precisa y rigurosa, realizada codo con codo con el historiador Ángel Viñas, arroja luz sobre la implicación de las compañías petroleras en el conflicto burlando la política de no intervención dictada por Estados Unidos. En El oro negro de Franco, los dos investigadores destapan una red de espionaje internacional a favor de Franco que asfixió al bando republicano. En todo este magma, dos nombres propios –el español Juan Antonio Álvarez Álvarez y el noruego Torkild Rieber– tejieron una extraña amistad que abrió las puertas al triunfo de los sublevados.
¿Cómo surge esta idea?
Soy ingeniero industrial y estudié Económicas a finales de los 70. Me tocó como profesor el historiador Fabià Estapé y, como yo ya trabajaba en Repsol, me dijo que investigara los suministros petroleros a Franco por parte de una compañía americana que le había ayudado mucho. Me puso en contacto con Ángel Viñas. Además, en aquella época se publicó una necrológica muy florida del empleado de CAMPSA, Juan Antonio Álvarez Álvarez, que había acercado la oferta americana a los franquistas.
¿Qué cree que aporta esta investigación?
La importancia de la ayuda americana en la Guerra Civil. Hay que recordar que el petróleo quedaba exento de los controles de la Ley de Neutralidad americana, que prohibía servir material bélico, pero el petróleo nunca cayó dentro de esta prohibición. El armamento sí, pero el petróleo, que seguía siendo un vector bélico, quedaba fuera. La empezaron a aplicar a raíz de la invasión italiana de Etiopía en 1935: ocuparon el país y los americanos automáticamente prohibieron cualquier ayuda en material bélico americano a naciones en conflicto. Los americanos, primer país exportador del mundo, empezaron a controlar el caso italiano. Y aunque no era material bélico —no era un cañón, un submarino ni munición— había ciertas limitaciones. Pusieron trabas periféricas y sofisticadísimas.
Sin petróleo americano, ¿Franco habría ganado la guerra?
Tampoco eso. Eso sí, se lo puso muy fácil. Podía haberlo conseguido en otros lugares. Los republicanos también tenían contratos con Texaco desde antes, de la época de Primo de Rivera. Y, curiosamente, el fundador de Campsa era Primo de Rivera, que contrató petróleo soviético porque tenía manía a los americanos.
¿Quién era Juan Antonio Álvarez Álvarez (JAAA a partir de ahora)?
Era un oficial administrativo de cuarta categoría, falangista en tiempos de la República… La guerra no había empezado y lo echaron de la CAMPSA republicana. Es decir, el aparato del Estado quedó afectado por la Guerra Civil y desapareció. El Banco de España quedó en manos republicanas y CAMPSA, que era un monopolio estatal, también, pero administrado por la gran banca española: Banco de Vizcaya, Hispano Americano, Español de Crédito... Este hombre era uno de los empleados que, cuando el negocio privado se cierra, se ve integrado en el sistema monopolístico. Lo echaron. Y eso ya es sospechoso. Viñas ha dedicado buena parte del libro a decir que esto era una invención, que reconstruyó su papel cuando ya habían muerto los testigos. Según él, Álvarez se glorificó, recreó, embelleció, manipuló su papel. Viñas no se lo cree: no puede imaginar que un administrativo, por circunstancias de guerra, lograra escapar de España, no se sabe cómo, y hablar directamente con banqueros, presidentes de bancos y hacer de mediador con Texaco.
El otro personaje es Torkild Rieber, presidente de Texaco. Un nazi confeso.
Era un tiburón del negocio. Noruego, de orígenes humildes, marinero de petroleros noruegos que iban a Estados Unidos. Se enamoró de la industria petrolera americana y lo ficharon. Lo nombraron capitán de un barco de Texaco y después fue ascendiendo hasta presidente. La empresa tenía tanto petróleo que no podía venderlo todo en EE.UU., y desarrollaron una red global. Y él era el presidente encargado de la flota de exportación. Rieber simpatizaba con los nazis, tenía amigos en la Alemania de Hitler —como tantos otros grandes capitalistas americanos. Y tenía que asegurarse de a quién vendía el petróleo. Luego su corazón le decía que mejor que fueran los fascistas, como fue su caso.
¿Cómo entra en contacto JAAA con Rieber?
Él explica que estaba allí, haciendo papeleo, mirando el horario… De repente dice que la Prefectura de CAMPSA lo envía a inspeccionar cargamentos de petróleo en las refinerías americanas, concretamente en Texaco. El gobierno republicano español había firmado un contrato de suministro de derivados petrolíferos de tres años en 1935. Y lo envían con él, y él está mirando cómo cargan la gasolina de los depósitos americanos al barco. Llega un coche estupendo con chófer, y era el presidente de la compañía, que había querido ir a Port Arthur —la planta de Texaco. Quería conocer a esos clientes españoles tan simpáticos para ver si valía la pena interesarse por ellos. Bajó del coche, subió las escaleras del petrolero español y preguntó “a ver quién habla inglés”. Y JAAA sabía un poco de inglés. Se conocieron, hablaron y fue amor a primera vista.
La Guerra Civil empezó unos meses después.
La República lo echa de Campsa. Estaba perseguido en Madrid y de repente se refugia en una embajada. Salió de España, fue a Marsella y, con el poco dinero que tenía, llamó al representante de Texaco en Europa, que estaba en París. Y resulta que el presidente de la compañía estaba de visita en las instalaciones francesas de Texaco. Como lo había conocido un año antes, se fundieron en un abrazo y empezó esta película: la conexión triangular entre el falangista español, el poderosísimo presidente de Texaco y CAMPSA.
Esta relación es determinante para la Guerra Civil.
Creo que los sublevados españoles habrían conseguido la gasolina de donde fuera. En el periodo inicial —los primeros meses de indefinición del 18 de julio de 1936 hasta que esta gente empezó a actuar por mediación de José Antonio— los americanos seguían suministrando a la República. Llegó la guerra y seguían suministrando a la República en guerra; y JAAA les hizo abrir los ojos a las complejidades de la política española. No les costó nada convencerlos de que los “buenos” eran los sublevados. Pero los franquistas ya buscaban gasolina antes. Ya había otros capitalistas simpatizantes con la causa franquista que, a través de Lisboa, empezaron a derivar petróleo a Portugal. De ahí empezaron a recibir la primera gasolina.
Aquí entra Torkild Rieber.
Rieber dijo: “No os preocupéis, que yo pongo los barcos”. Ese era el problema de la República: no comprar, sino evitar que les hundieran los barcos —que se los hundían continuamente por el espionaje. En cambio, un barco americano, con bandera americana, viniendo del Golfo de México a un puerto gallego, lejos del frente… era intocable.
Se rompe el relato clásico de la neutralidad de Estados Unidos durante la Guerra Civil.
Y también la falsa neutralidad de las potencias aliadas, que dejaron tirada a la República con el Comité de No Intervención, encabezadas por los ingleses.
En 2025, el petróleo sigue siendo un arma de poder.
Es evidente. Imagínate todo el equipamiento del ejército israelí de última generación que vemos —todo va con motores convencionales. Y no tienen ni un kilo de petróleo: ese petróleo es americano, seguramente. Igual que lo fue en su momento.
La historiografía nunca habla de los problemas de la gasolina.
Ni una línea sobre la enorme problemática de conseguir gasolina moderna para los aviones que utilizaban ambos bandos. Es lo que pretende hacer este libro: llenar ese vacío. Hablan de los modelos de aviones, de las hazañas que conseguían, pero no de la gasolina.
Guillem ha escrito 'El oro negro de Franco' con Viñas.

Cita
Rieber era simpatizante de los nazis y tenía amigos en la Alemanía de Hitler