Categoría
Título
Autores
Directora
Artículo
Cuando los días se acortan y la Tierra se envuelve en silencio, se abre un umbral invisible: el de Yule, el solsticio de invierno. Es la noche más larga del año, el momento en que el Sol parece morir antes de renacer, símbolo del gran ciclo de vida, muerte y renovación. Celebrado durante milenios por pueblos celtas, germánicos y nórdicos, Yule es la fiesta del retorno de la luz. Yule es una antigua celebración nórdica y celta que se celebra alrededor del 21 de diciembre. En esta época, se rendía homenaje al Sol renacido, al ciclo de la vida y a la promesa de renovación. Antiguamente, se encendían grandes hogueras para invocar la luz, se decoraban los hogares con ramas de abeto y acebo, símbolos de eternidad, y se compartían comidas calientes con la familia y la comunidad. En el corazón de Yule se encontraba el fuego sagrado, aquel que se mantiene vivo y se nutre, representando la luz interior. En los hogares, se quemaba el tronco de Navidad (¿tió?), a menudo decorado con cintas rojas, hojas de laurel y piñas. Cada chispa que salía traía consigo un deseo o una bendición para el año venidero. Se encendían velas y se alimentaban los cuerpos con alimentos dulces que solían llegar de lugares exóticos, como los dátiles del norte de África, los frutos secos, la canela. Da igual la religión. La tradición siempre ayuda.