Categoría
Título
Subtítulo
Autores
Imagen Principal

Artículo
Si hay algo remotamente parecido a una familia real en Estados Unidos, esa es la dinastía Kennedy. Por el poder político que acumuló durante décadas, por su influencia durante generaciones y, por desgracia, por haber convertido el dolor en una seña de identidad casi genética. Los Kennedy no son únicamente una familia poderosa: son un mito construido a base de gloria, glamour y tragedia, una narrativa que la sociedad norteamericana (y mundial) contempla con la fascinación con la que se observa un linaje marcado por el destino.
Todo comenzó con Joseph Kennedy y Rose Fitzgerald, una pareja que soñó con conquistar América desde el apellido. Pero la llamada “maldición Kennedy” se inauguró pronto. Su primogénito, Joe Jr., murió a los 29 años cuando el avión en el que participaba en una misión secreta durante la Segunda Guerra Mundial explotó en pleno vuelo.
Cuatro años después, Kathleen Kennedy fallecía también en un accidente aéreo antes de cumplir los 30. Y Rosemary, diagnosticada con una leve discapacidad cognitiva, quedó incapacitada al someterla los médicos a una lobotomía. La apartaron de la familia, en un silencio cruel, lo que agrandó aún más el mito que rodea a la familia.
La tragedia, sin embargo, se convirtió en maldición cuando alcanzó dimensión histórica con el asesinato de John F. Kennedy, casi tres años después de llegar a la presidencia. El magnicidio de Dallas no supuso la muerte de un presidente, cierto, y también creó un mito universal. Un mito que se agrandó con la muerte de su hermano Robert, que siguió el mismo destino, abatido en Los Ángeles a los 42 años, cuando también aspiraba a la Casa Blanca.
La siguiente generación heredó el apellido y la sombra. John F. Kennedy Jr., “John John”, el niño que saludó militarmente el féretro de su padre, el príncipe de América, creció para convertirse en el heredero perfecto: carismático, elegante, moderno, destinado a ocupar un lugar propio en el engranaje del poder y del carisma mediático. Pero murió en un accidente de avioneta junto a su esposa, Carolyn Bessette Kennedy, y la hermana de esta, Lauren. De nuevo, el apellido Kennedy se asoció al duelo, al impacto global y a esa sensación de promesa truncada que acompaña cada capítulo de su historia.
Las desgracias continuaron con una precisión casi literaria. David Kennedy, hijo de Robert, fue hallado muerto por sobredosis con 28 años. Su hermano Michael falleció en un accidente de esquí a los 39. En 2019, Saoirse Kennedy Hill murió con solo 22 años, también por sobredosis. Y un año más tarde, Maeve Kennedy desapareció junto a su hijo Gideon, de ocho años, en la bahía de Chesapeake tras un accidente con su canoa.
Hace unos días, una nieta de JFK confesaba en The New York Times que padece un cáncer terminal y que su esperanza de vida se limita a unos pocos meses. La última herida en una saga donde el poder convive con la fatalidad y donde cada nombre parece arrastrar un mandato trágico.
Y, sin embargo, el mito persiste. El próximo mes de febrero se estrena An American Love Story, la serie que revive la historia de amor entre John John y Carolyn, convertidos en iconos eternos de elegancia y magnetismo. Sus looks, sus gestos y su manera de habitar el espacio público siguen generando fascinación en redes sociales, donde cuentas de fans perpetúan su estética con miles de seguidores.
Los Kennedy… una familia casi mitológica, una familia no solo poderosa; hablamos de una dinastía donde la belleza y la destrucción caminan juntas, un relato hipnótico donde el dolor se transforma en leyenda y la leyenda en historia.
John John Kennedy y su mujer Carolyn Basset murieron juntos en un accidente de avioneta en 1999.
