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Un día te despiertas, no has dormido peor de lo habitual y no esperas nada más que lo normal. Hace calor, hace frío, la verdad, da igual. Te tomas un café mientras te miras un vídeo de una japonesa paseando por Hokkaido. Por supuesto en el vídeo los japoneses hablan en japonés y la tranquilidad de no entender una sola palabra de lo que están diciendo es casi reconfortante. Caminas un rato para llegar a tu trabajo, te tomas otro café, saludas a tus compañeros; todo va sobre ruedas, y decir que todo sigue su curso es quedarse corto. Y entonces, una canción se cuela en tus auriculares que, ese día, tocará un punto específico, uno que nunca podrás definir, y durante el resto de tu vida, no sabrás por qué. La escucharás todo el día, una y otra vez; se convertirá en tu ciclo, un estribillo, como un perro que agarra su cadena, darás vueltas a su alrededor. Tu canción labrará su surco, otro, y nunca más la volverás a oír inocentemente. A partir de entonces será tu recuerdo y tus palabras. Esta atmósfera formará parte de tus paisajes. Aquí encontrarás las palabras para expresar tus sentimientos, tu dolor, o cuando sea demasiado tarde. Esta tristeza se ha vuelto tuya. La canción ahora es eterna. Es lo mejor que le pudo haber pasado a ella, y a ti también. Será la canción a la que irán a parar los años que ya has vivido. Ahora y entonces. Siempre. The Beatles.